También estaba su denso pelo negro, y sus ojos, tan verdes y puros como los de la estatua china que adornaba el escaparate del anticuario Past Times. Sus ojos no había nada por suavizar su duro rostro, con aquella cicatriz que surcaba su mejilla izquierda. Todo el mundo se preguntaba cómo se la habría hecho.
Pero, cuando sonreía, cuando arqueaba su preciosa boca y aparecía el hoyuelo a un lado, los corazones de las mujeres de desataban.
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