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miércoles, 20 de abril de 2011

Desde luego, era tan apuesto como siempre, o, al menos, aquello era lo que decían las mujeres. Tenía el aspecto con el que habían sido bendecidos, o maldecidos, los MacKade. Cualquier mujer que tuviera sangre en las venas se volvería para mirarlo, para admirar su figura esbelta y si paso desenfadado que parecía desafiar a cualquiera que se cruzara en su camino.
También estaba su denso pelo negro, y sus ojos, tan verdes y puros como los de la estatua china que adornaba el escaparate del anticuario Past Times. Sus ojos no había nada por suavizar su duro rostro, con aquella cicatriz que surcaba su mejilla izquierda. Todo el mundo se preguntaba cómo se la habría hecho.
Pero, cuando sonreía, cuando arqueaba su preciosa boca y aparecía el hoyuelo a un lado, los corazones de las mujeres de desataban.

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