Y me calaste, hondo, hasta el fondo.
El tiempo pasaba y yo quería más. Quería más dosis, al igual que tú. La cantidad con la que empezamos ya no era suficiente, nos hacía falta más. Y nos lo dimos.
Aumentamos cada día un poco, hasta el punto de hacernos dependientes, hasta el punto de ser más fuerte la atracción que la propia voluntad. Y nos enganchamos.
Dependíamos tanto física como psicológicamente, hasta que un día...¡Plof! explotamos...
Nos corrompimos por el abuso. Pero al poco tiempo nos recompusimos -aunque no del todo- y volvimos a engancharnos.
Eres mi droga más dura. Mi dependencia.
Gracias por todas las sobredosis que aquellos días me dabas.
Y por dejarme ser tu droga durante aquellos maravillosos años.
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